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miércoles, 28 de septiembre de 2011

MUJER Y EM (esclerosis múltiple)….la difícil tarea de ¿ir contra la naturaleza?


Recibir la información de un diagnóstico crónico siempre es impactante, para cualquier persona, y la aceptación del mismo trae aparejada los pasos de un duelo: negación, enojo, tristeza, aceptación y lo más difícil es que, tratándose de un diagnóstico crónico en más de una ocasión volvemos a enfrentarnos con los duelos. 


Pero este proceso de aceptación ¿es lo mismo en hombres que en mujeres? ¿son las mismas herramientas para los unos y las otras? ¿porqué considero que es más difícil para una mujer? (Y, por favor sin intenciones de minimizar la vivencia de un hombre con EM!)

“Quiero Ser la de antes…No puedo hacer las mismas cosas…Si no lo hago yo no lo hace nadie…..Me canso más cuando hago las tareas de la casa….Nadie más lo puede hacer como yo….Aprovecho cuando se van todos, para volver a repasar las cosas….No me entienden….No puedo hacer todo al mismo tiempo….No me puedo olvidar de esto….Quién me va a querer ahora?...”

Estas son algunos pensamientos con los que nos encontramos en el consultorio en algunas mujeres con esclerosis múltiple ¿por qué cuesta tanto la aceptación?

Frente a los grandes interrogantes que traen al consultorio una de las grandes respuestas es: “hay que aprender a hacer de una cosa sola a la vez”,¿cómo? ¿una sola? Este es un gran desafío casi impensado para una mujer.

Las mujeres nos caracterizamos por la multiplicidad de tareas, el gran abanico de tareas al mismo tiempo: pongo el lavarropas, mientras algo se cocina, mientras hablo por teléfono, mientras guardo una factura en la cartera para cuando pase por algún lugar de pago y mientras miro el clima antes de salir….es el “famoso mientras que”. (mientras el hombre cazaba, la mujer preparaba el alimento, cuidaba a lo niños, cuidaba la cueva)

Con las modernas tecnologías de imágenes y escaneado del cerebro (Resonancia Magnética Funcional y Tomografías por Emisión de Positrones), se ha comprobado que realmente utilizamos -hombres y mujeres- circuitos distintos para realizar las mismas tareas.

Louann Brizendine, neurobióloga, médica y psiquiatra, resume las distintas características demostrables hasta la fecha entre ambos cerebros: el cerebro masculino es, aproximadamente, un 9% más grande que el femenino, aunque el número de células cerebrales es el mismo. Para el lenguaje y la escucha ellas tienen un 11% más de neuronas dedicadas a esa tarea que ellos. También el hipocampo -dedicado a la memoria- y la zona cerebral dedicada a distinguir la emoción en los rostros de otras personas son mayores en el sexo femenino. También existen más neuronas y conexiones entre los hemisferios. Lo que podría explicar parcialmente, la mayor habilidad de las mujeres para desempeñar varias tareas en forma simultánea.

¿Cuál es el objetivo de señalar estas diferencias? Entender porqué muchas veces nos encontramos con que las mujeres viven las emociones y pueden, o más bien deben, hablar más acerca de ellas. Esto hace también que toda situación vivida esté plenamente cargada de emociones, y el tiempo y el pensamiento que nos ocupan es permanente y de gran intensidad.

Por otro lado sumamos que la capacidad retentiva es otra característica propio de lo femenino: guardar, aguantar, por eso para enfrentar conflictos somos más lentas que los hombres en procesarlos, teniendo presente que en el cerebro la parte del habla y de la memoria esta más desarrollada, cuesta olvidarse y pasar a otra etapa, nos quedamos más pegadas al conflicto y la angustia.

Desde ya, esto no quiere decir que los hombres no sienten, sino que procesan de otra manera y resuelven situaciones con otras herramientas y pueden dejar algunas situaciones de conflicto a resolver en otro momento, pueden “dar una vuelta de página” con mayor facilidad, “soltando” más fácilmente una situación: “-¿qué todavía estás con eso?”.

Sordó sostiene que las acciones que implican retener significan a su vez no dejar de hacer algo independientemente del agobio que ello me cause. Es muy característico de las mujeres que hacemos cosas, nos quejarnos de lo que hacemos y, sin embargo, por alguna extraña razón, no la dejamos de hacer. El llamar, preguntar, reclamar, quejarse, taimarse, llorar, también son elementos retentivos.

Cuando desde nuestro lugar de terapeutas proponemos por ejemplo, aprender a delegar tareas, dejar participar a otros en la familia con las actividades cotidianas, las respuestas suelen ser: nadie lo hace como yo, no es lo mismo, y yo ¿qué voy a hacer? Aquí a lo que nos enfrentamos es a otra característica más femenina que es poder sentirse necesitada y creer que por ceder actividades se pierde un espacio o se pone en riesgo esa necesidad.

Retener, quejarse, cargar, guardar, no olvidar, cantidad de emociones en ebullición y conectadas todo el tiempo, temer perder un rol -características  propias de una mujer- serán entonces a trabajar con mayor intensidad en una mujer con EM al enfrentarnos también a un cuerpo más vulnerable.

La gran ventaja de estas diferencias radica en que las mujeres pueden pedir ayuda con mayor facilidad y allí entra las posibidad de los múltiples recursos para la aceptación de un diagnóstico.

En función de lo expuesto considero que el desafío para una mujer con EM es importante y conocer estas diferencias nos da herramientas para realizar un mejor trabajo y aceptación.

Las propuestas terapéuticas implican un acompañamiento del tratamiento: facilitar que la mujer pueda contactarse con sus propias emociones siendo claras sus necesidades (“nadie adivina lo qué me pasa”), aprender a soltar para que los otros puedan también hacerse cargo, respetar los propios tiempos, aprender que aunque otro lo haga no pierdo lugares, aprender a ganar nuevos espacios, aprender a hacer de nuevas maneras…

Por Lic. Mariana A. Aita | Coord. Área Salud Mental

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